viernes, 27 de mayo de 2011

Desde el más acá

Volvía ayer a casa en la bici de vuelta del laburo;  pedaleaba sin mucha energía mirando para abajo, siguiendo una grieta finita que observe sobre Clerkenwell Road. Pasando Roseberry Avenue, levanté la vista y vi de fondo la rotonda de Old Street que más o menos marca la mitad del trayecto; me animé un poco ante el prospecto de llegar a casa, chacotear con Felipe y ponerme al día con Inés. Levanté el traste del asiento y empecé a pedalear con más ganas. Volví a mirar el piso y note que la grieta se abría a toda velocidad y más rápido de lo que pudo procesar mi mente, de la grieta aparecieron  vías por las que venía un tren a toda velocidad. Sin ninguna oportunidad de reaccionar chocamos de frente y morí de manera instantánea.
Justamente esta mañana escuchaba un podcast en BBC Radio 4, una entrevista que le hizo Carrie Gracie a Nando Parrado, un sobreviviente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrello en los Andes en 1972. El tipo decía que no había que preguntarse ¿por qué me tuvo que tocar a mí?, que más bien uno se debiera preguntar ¿por qué no me va a tocar a mí?, Según él Dios no elige a quién hace el bien o el mal. Y hablando de Dios, lamento cantarles el fin de la película a todos los creyentes pero tengo evidencia de que Dios no existe, por lo menos no cuando te morís, acá no hay nadie. Soy una pelota de memoria sin cuerpo completamente extirpada de sensaciones y sentimientos y estoy a punto de dejar de ser.


¡Lo parió!, así en un segundo, sin esperarlo, me tocó la lotería de la Muerte y el comentario de Parrado fue mi profecía. Le pido licencia a Douglas Coupland, a quien le tomo prestado el recurso de escribir desde el más allá, para contarles la historia de mi vida y de mi muerte.


En el instante antes de morirme venía pensando en Felipe a quien le llevaba una remera serigrafiada con el dibujo de un león. Por suerte no sufrí ningún dolor, estuve despierto durante unos segundos pero no sentí absolutamente nada; lo primero que llegó fue el silencio y después la oscuridad. La remera esta en una bolsita de plástico dentro de mi bolso, me gustaría que la recuperaran, todo lo demás, lo que quedó de mi bicicleta, el bolso, mi ropa se puede tirar. Y ya que estamos con practicidades, me gustaría dejar sentado algunas cosas que tal vez hubiera sido bueno decir antes de morirme. No me importa si Felipe elije ser Ingles o Argentino, cualquiera sea la elección a mi me gustaría que sepa cosas de mí cuando era chico y que le pregunte mucho a los abuelos y a la Mamá. La gente hoy tiene muy poco registro de su ante-pasado. Pídanle a la abuela que les cuente la anécdota de Bohabdil Abu 'abd-Allah Muhammad XII, rey de Granada, de quien seguramente no descendemos directamente, pero nos gusta entretener la idea. A los abuelos Gringos vuélvanlos locos a preguntas que le recuerden la descendencia Polaca, Escocesa, Italiana y Catalana. Quiero que sepa que esta lleno de parientes antepasados que cambiaron su nacionalidad. Inés, me parece bien que te juntes con otro tipo. No explotes el perfil viudita más que para conquistar. No pienses que me va a dar celos porque no voy a ver nada, y no te persigas o especules con la idea de si  lo apruebo o no, porque seguro que no.


Antes de desaparecer del todo quiero que se sepa que mi vida fue muy privilegiada. Por suerte no me toco ninguna guerra demasiado cerca, excepto Malvinas que duró menos de tres meses y terminó con final feliz: se fueron los milicos. Fui totalmente inmune a la dictadura y que tuve la oportunidad de acceder al conocimiento prácticamente sin ningún límite.


Una desventaja de no haber llegado a viejo, morí a los 39, es que no voy a poder aburrir a mis nietos con historias del pasado. He aquí un sucinto intento de recolección autobiográfica en un párrafo.


Mi primera infancia fue seguramente muy buena, pero lógicamente no me acuerdo de nada, sólo cuentos de que lloraba mucho y que seguramente me hizo muy bien. Mis padres tenían  ambos 25 años recién cumplidos cuando yo nací, en un lugar del mundo donde a pesar de la guerrilla infame que afecto a la Argentina en los 70, nuestra familia vivió en una burbuja indiferente y separada de cualquier tipo de involucramiento y resultamos todos ilesos y sin memoria de lo ocurrido. Mis recuerdos de la infancia, en cambio, son tímidos, llenos de hermanos, primos, amigos, abuelos, navidades, caballos, perros y alboroto. La adolescencia y la secundaria sacaron lo mejor de mí. Tengo un  fotográfico recuerdo un día en el 83 cuando festejamos el primer cumpleaños de la democracia en 7mo grado.Vinieron eras de alegres jingles televisivos pegadizos de campañas políticas y dulces de leche que terminaron con un pasado oscuro que había sido invisible a mis ojos. El colegio de curas fue una experiencia bastante arcaica, donde me trataron de explicar misterios que  jamás fueron lo suficientemente misterioros para estimular mi imaginación y mucho menos mis creencias, pero los recuerdo con alegría. El servicio militar fue una pérdida de tiempo, pero también una inflexión en mi vida y una experiencia de la que saqué buenos amigos. La época de la universidad fue para mí una revelación, el descubrimiento de la ciudad de Córdoba que desconocía, y una sobredosis hormonal que probablemente justifique mi indiferencia a las drogas. Un año sabático en la ciudad más Lúgubre de España fue una conexión con migo y otros misterios mundanos. Cuando volví a Córdoba, sentí muchas ganas de vivir y de soñar y  terminando la carrera tuve un impulso irresistible por mandarme a mudar a otro lugar. Justo en ese momento volví a conocer a Inés, una chica que conocía del coro de la parroquia donde cantábamos en misa. Ella, que había ido al colegio de monjas escolapias, fue la única persona en el mundo que me entendió de verdad, y sin casi nada de tiempo para conocernos "bien" nos mudamos a Buenos Aires donde nos fascinamos el uno con el otro y con el intenso encanto de la metrópolis.  Nos terminamos casando a las apuradas para poder irnos juntos a Ohio, donde gracias a una beca Fulbright pude especializarme en Arquitectura. Este viaje fue de ida, nunca volvimos sino de visita. Los paradigmas de la convivencia en el mundo venían cambiando, un fenómeno reconocido como globalización, y justo tres semanas después de llegados a Estados Unidos pasó lo que pasó el 11 de Septiembre de 2001. En el momento que empezamos a saborear el mundo, el mundo se volvió rancio y se convirtió en un lugar menos hospitable para vivir. Así nos edificamos como extranjeros y recién graduado nos mudamos a New York y empezamos nuestra vida de adultos, tan distinta de la que soñamos pero con una magia impulsada por el propio combustible multicultural de la ciudad y por nuestros treinta años de acumulada creatividad y juventud. No paramos hasta mudarnos a Londres, donde parecía que el mundo gravitaba entonces y donde pensábamos quedarnos un par de años y terminó por convertirse en nuestra residencia permanente. En Londres lo tuvimos a Felipe y se consumó humanamente lo que a veces fallamos en reconocer como felicidad.


A muchos les quedará la sensación de que me morí en la mejor etapa de mi vida, como los mártires de Hollywood que no vivieron para tener canas y nietos. Yo morí justo en la flor de mi madurez a los 39 años, con una vida un poco aburguesada, con algunas notas de bohemia y con ideas más o menos liberales sobre casi todas las cosas. Pequeños triunfos cotidianos, frustraciones moderadas y recurrentes y una pasión calma por seguir viviendo y soñando con un futuro eternamente re-planificado a fuerza de cambios mínimos, ocupaban mi tiempo cuando morí. Hay un montón de proyectos anotados en stickies en mi mac que quedaron en la nada, una planilla Excel con nuestras finanzas que nunca cerraron ni nos cambiaron de manera significativa la existencia. Los proyectos megalómanos en los años que trabajé para Kohn Pedersen and Fox seguramente se construirán y con seguridad me decepcionarían. Las ganas de empezar un emprendimiento propio y proyectos de vivir en aun otras ciudades se fueron conmigo.

A los que nunca les dije que los quiero, mi excusa es un gen de carácter duro y castellano que me lo impidió. Entre nosotros quedará el tácito amor que se percibe cuando no estás.